jueves, 11 de septiembre de 2008

Sarmiento y el dia del maestro

Sarmiento vivió en un país dividido por luchas intestinas, de enfrentamientos entre los propios argentinos, aspectos que dificultaban construir un país con visión de futuro y donde todo estaba por hacerse. Sin embargo, él fue uno de los grandes constructores de un país con futuro y nunca dejó de hacer, mal o bien, mejor o peor, pero siempre dominado por su pasión argentina.

Su pensamiento y, especialmente su gestión, tuvo defensores y detractores, como ocurre con todos los que se animan a cambiar el estado de las cosas. Pero en determinados momentos de nuestra historia, algunos revisionismos -enfatizando en los defectos por sobre las virtudes- cayeron en la equivocación de castigar injustamente a muchos de quienes aportaron al crecimiento y la consolidación de la Argentina, dándole un lugar en el mundo.

Nuestro prócer, por su fuerte carácter y su verba inflamada, muchas veces recibió un trato injusto que no se condice con su monumental obra y su inmenso legado conceptual.

Sarmiento nació en un hogar muy pobre, pero su vocación lo llevó a superar esas dificultades económicas para recibirse de maestro y fundar una escuela en San Francisco del Monte de Oro, en San Luis, cuando recién contaba con 15 años de edad.

Su militancia política lo llevó a emigrar a Chile y, al retornar a su provincia y ocupar la gobernación -durante la presidencia de Bartolomé Mitre- decretó la ley de enseñanza primaria obligatoria, creó escuelas para los diferentes niveles -entre ellas una con capacidad para mil alumnos- el Colegio Nacional de San Juan y la Escuela de Señoritas, destinada a la formación de maestras.

Años antes, en su libro Argirópolis había anticipado un proyecto para crear una confederación en la Cuenca del Plata, entre la Argentina, Uruguay y Paraguay y un modelo de organización que proponía fomentar la inmigración, la agricultura e impulsar la inversión de capitales extranjeros.

Durante su estada en Estados Unidos como ministro plenipotenciario aprendió la importancia de las comunicaciones, motivo por el cual, una vez que ocupó la primera magistratura del país, impulsó el tendido de cinco mil kilómetros de cables telegráficos y, poco antes de dejar su cargo, pudo inaugurar la primera línea telegráfica con Europa.

Comprendió que en un país extenso como el nuestro era necesario modernizar el correo y se preocupó particularmente de la extensión de las líneas férreas, bajo la premisa de que el tren debía ser el principal impulsor del mercado interno, uniendo las distintas regiones entre sí y fomentando el comercio nacional. Durante su mandato, la red ferroviaria pasó de 573 a 1.331 kilómetros.

Sarmiento concretó también el primer censo nacional de población. De los 1,8 millones de habitantes, sólo 1% era profesional y 75% vivía en la pobreza. Fue en ese marco que impulsó la llegada al país de inmigrantes, aunque su intención se cumpliera sólo en parte, en razón de que su deseo pasaba por la llegada de sajones para fomentar el país industrial, pero como la Argentina era un país rural, convocó a campesinos preferentemente italianos y españoles.

Creó la Escuela Naval, el Colegio Militar, el observatorio astronómico, entre otros logros, pero su mayor virtud constituyó el impulso a la educación.

Al terminar su mandato, 100 mil chicos cursaban la escuela primaria, cumpliendo así con su intención de educar al pueblo en la democracia.

“Enseñarles a todos lo mismo, para que todos sean iguales... para eso necesitamos hacer de toda la República una escuela”, dijo. Una impronta que le costó aplicar pero que culminó con la sanción de la ley nacional 1420, de educación gratuita, laica y obligatoria, cuyos efectos positivos se prolongaron por décadas y décadas.

Reiteramos, como todo ser humano, Sarmiento cometió errores, aunque cabría considerar también el contexto histórico en el que le tocó actuar. Pero en el balance final, no pueden quedar dudas de que lo suyo fue heroico, en una lucha en la que inclusive abandonó el bienestar económico personal por priorizar sus ideales. Vale entonces, en un día como hoy, rescatar y recordar su obra y sus virtudes.

Desde siempre comprendió el gran cuyano que el destino de la Nación Argentina estaba asociado indisolublemente con un proyecto educativo. Vale decir, ningún modelo político o económico podría lograr, primero su aplicación y luego su consolidación, si previamente no se contaba con los hombres preparados para llevarlo a cabo.

Por arriba y por abajo, tanto en las élites como en el pueblo. Un modo de pensar la educación que precede a la política y a la economía. Es que a diferencia de sus contemporáneos que proponían desarrollar el país para luego cultivar a sus ciudadanos, Sarmiento creía que primero había que educar a su población como condición sine qua non para que se pudiera desarrollar en país en su aspecto material.

En la educación sarmientina existieron héroes fundadores de la nacionalidad que se propusieron un modelo de civilización que diera fin al atraso secular a partir de la conformación de ciudadanos independientes con capacidad para pensar en términos universales y no según el dictado particular de las corporaciones. O sea, una educación patriótica, universalista, amante de las luces y del progreso.

En estos momentos de crisis global, sólo la educación podrá salvarnos. Por eso nosotros debemos recuperar, adaptado a los tiempos, el espíritu de la educación sarmientina, quizá la más grande y exitosa gesta de la historia entera de los argentinos.