martes, 14 de octubre de 2008

Crisis Financiera Global

Por Jesus Rodriguez



La crisis de confianza sin precedentes que afecta la economía global no solo provoca, como dijo el Presidente Sarkozy, en todos los países miedo de los ciudadanos por sus ahorros, empleos y pérdida del poder adquisitivo de los salarios sino que también señala un punto de inflexión en el mundo construído tras la caída del Muro de Berlín y el final de la Guerra Fría.

Algunos rasgos distintivos de la crisis son – entre otros- que esta vez tuvo su origen en el centro del sistema financiero global; que su verdadera profundidad aún no es posible de precisar cabalmente; que uno de sus efectos destacados es la notable – y rápida- concentración en muy pocos participantes en el mercado financiero y, por último, que todavía no vimos todo su desarrollo.

Por cierto, las consecuencias sobre la economía real de todas las regiones y países se medirán en términos de nivel de actividad y empleo y, además, las corrientes del comercio mundial también se verán negativamente afectadas.

El Gobierno de los Estados Unidos destinó para atender la crisis sistémica en el sector financiero –el salvataje de los préstamos hipotecarios, la adquisición de la empresa de seguros AIG y los fondos para los intermediarios mayoristas de préstamos para viviendas Fannie Mae y Freddie Mac- una cifra equivalente a tres veces el PBI de la Argentina medido en dólares.

Esta decisión oficial replica lo ocurrido en la década de los ochenta, en la conocida como la crisis de los Savings and Loans, donde el Estado inyectó una cifra, en valores nominales, de alrededor del 70% de lo previsto en esta oportunidad para los préstamos hipotecarios y demuestra, además que como ha dicho el titular de la FED Ben Bernanke “en las crisis financieras no hay ideologías”.

Ahora bien, para poder comprender lo que está sucediendo es necesario reconocer que en esta etapa de la globalización, -entendida como el proceso histórico de creciente integración de los mercados, de mercancías, servicios reales y flujos financieros-, su dimensión financiera ha tenido un crecimiento exhuberante con crisis en los mercados emergentes cada vez más frecuentes e intensas como los observadas en los años noventa en México y Argentina (1995), en las cinco economías del sudeste asiático en 1997-98, Rusia y Brasil en 1998-99 y Argentina y Turquía en 2001.

Esa conflictiva evolución del mercado permitió que el ex Secretario del Tesoro de los Estados Unidos en la Administración Clinton , con desarrollo profesional en Wall Street, Robert Rubin en su momento propiciara un debate en relación a “la nueva arquitectura financiera internacional”.

Esta proposición partió de reconocer la asimétrica evolución de los mercados de mercancías y financieros ya que, por caso, en los últimos treinta años del siglo pasado mientras las economías de los países emergentes crecieron un 250% y el comercio mundial un 440%, los movimientos de capitales privados en el mismo período se amplían en un 850%. Una aproximación a la magnitud del mercado, estimulada en la primera crisis petrolera por los excedentes de los países productores y, más tarde, por las innovaciones tecnológicas en las comunicaciones y la sofisticación en la provisión de nuevos productos,está dada por el volumen de operaciones del mercado mundial de divisas que, según el Banco Internacional de Ajustes de Basilea, pasó de un promedio de 590 billones de dólares en 1989 a cerca de 1200 billones de divisas en 1995.

Más aún, hasta hoy el financiamiento del sistema financiero internacional con su desproporcionada evolución carece, además, de un prestamista de última instancia lo que justificó, en su momento, la frustrada iniciativa de Anne Krueger para la creación de un Mecanismo de Reestructuración de Deuda Soberana.

Así, las limitaciones que las capacidades institucionales de los Estados-Nación, tal cual los conocemos, tienen para afrontar los desafíos de la globalización encuentran en su dimensión financiera las cotas más elevadas.

Por si hiciera falta algún argumento adicional para tener una acabada dimensión de esta limitante basta con pensar en la importancia de los Centros Financieros Extraterritoriales (CFE), también conocidos por su denominación en inglés off-shore banking centers.

Si bien es cierto que estos CFE proveen servicios para actividades reconocidas, caracterizadas por un mínimo de transparencia y un máximo de autonomía de la acción privada, su utilización por parte de integrantes de organizaciones con actividades ilegales es tal que, a pesar de los avances ocurridos con posterioridad a los atentados de las Torres Gemelas en Septiembre de 2001, el FMI estimó en 500 billones de dólares el volumen de fondos, con origen irregular, allí depositados.

Es razonable pensar, entonces, que una parte de las causas que originaron la crisis no han sido removidas, que las derivaciones últimas de la crisis no se han explicitado todavía, que las consecuencias se desplegarán a lo largo de los años venideros y además, que como difícilmente haya regiones o países que no se verán afectados no es posible pensar que la Argentina se mantenga al margen de las consecuencias en términos de volúmenes de comercio, precio de los productos comerciados, corrientes de inversión extranjera directa y acceso a los mercados financieros.